Madre.
Hoy la tristeza de los crudos recuerdos de infancia, hasta ahora borrada de mi sistema, ha vuelto a emerger como un karma presente y siempre vivo.
Cuando vuelven, soy capaz de volver la protectora forma fetal y olvidarme de todo, pensando únicamente en destrozar rostros y agradecer con una leve sonrisa a mi gente.
No tengo gente.
La sumisión de mi madre, mi fortuito viaje en otoño, la sangre paternal perdiéndose entre sábanas blancas y sondas.
Mi hermano en camino, y una déspota abuela con su pie, sobre el debilitado rostro sangriento de mi madre.
Mis inocentes palabras traídas al ahora por mi madre que recuerda tiempos peores.
Me rompe el esquema, me hace odiar y amar.
Mi vestimenta, mi parkita roja, mis lugares recorridos, la pena que sintió al verme partir y las ganas de correr y parar al mundo para volver a tomarme entre sus brazos, para que jamás le vuelva a preguntar por que llora.
Mi madre, luchadora y con una triste mirada que sólo se compara, con aquel semblante mapuche.
El paso del tiempo, es algo que nunca más volverá a causarnos tormentos a mi madre y a mí.
Son capítulos donde un te amo de parte mía aún no ha surgido.
No quiero volver a ver el rostro abatido por el sufrimiento que sólo tú y yo conocemos madre.
Hoy.
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